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El lado oscuro

Albert Boadella y los Premios Estel y Boira (La estrella y la Niebla)

Albert Boadella y los Premios Estel y Boira (La estrella y la Niebla)

Cada año, el Ayuntamiento de Bellpuig reparte dos premios: uno bueno y uno malo, Estel y Boira, la estrella y la niebla. Este año, el ganador de la 'niebla' fue Albert Boadella. A continuación, la carta del alcalde a Boadella y después su respuesta.

Carta de Josep Pont i Sans, alcalde de Bellpuig, a Albert Boadella

Señor,

Desde el año 1991, el Ayuntamiento de Bellpuig otorga, coincidiendo con los actos programados para celebrar la diada del 11 de septiembre, los PREMIOS ESTEL i BOIRA (Estrella i Niebla).

El PREMI ESTEL se instituyó para destacar un comportamiento, tara o acción concreta y relevante en la defensa de la identidad catalana.

El PREMI BOIRA se otorga en referencia a las acciones o actitudes de omisión que afecten negativamente y de manera continuada la identidad catalana.

Estos premios los votan, anualmente, las entidades y asociaciones de la villa y son ratificados y concedidos por el Ayuntamiento de Bellpuig.

Este año, las entidades sociales, culturales y deportivas lo eligieron a usted como Premio Boira 2006 por su posicionamiento político, de unos años hacia aquí, y por continuas declaraciones como las que hizo el pasado 18 de julio en que destacaba que el nacionalismo catalán es incompatible con la democracia.

Por este motivo, nos place invitarle a recibir este premio el próximo día 10 de septiembre, durante los actos que se realizarán con motivo de la celebración de la Diada Nacionalde Catalunya. El galardón se entregará en un acto institucional que se realizará ante el monumento al Milenario de Catalunya situado en Bellpuig.

La recepción de autoridades se realizará ante el Ayuntamiento de Bellpuig a las 12.30 horas y la entrega de los premios Estel i Boira, así como la lectura del manifiesto del Once de septiembre, se realizará a partir de las 13 horas.
Atentamente,

Josep Pont i Sans
Alcalde
Bellpuig, 27 de julio de 2006



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Respuesta de Boadella

Señor Alcalde de Bellpuig,

Contesto a su carta en la que me comunica que se me otorga el premio "Boira" (Niebla) debido a mi posicionamiento político y a mi crítica del nacionalismo catalán. La forma y el contenido de la carta es el testimonio perfecto de la obscena impunidad política que asola este territorio y la confirmación visible de los motivos por los que el ayuntamiento de Bellpuig me lanza la infamia en forma de premio. Tal y como declaré, queda aún más patente que nacionalismo y democracia se muestran incompatibles.

Debido a la información que me había llegado del periódico Segre, deduje que los premios "Estel i Boira" (estrella y niebla) eran responsabilidad de las entidades privadas de Bellpuig. En éste sentido, tenía la disposición de contestar el menosprecio con un texto humorístico. Pero su carta me revela que el auténtico inductor y creador de tales salivazos al adversario es usted como alcalde de Bellpuig, expresidente de la Diputación de Lleida y diputado del Parlament de Catalunya. Por tanto, dejo de lado el humor porqué es una forma de expresión que en última instancia, demuestra una consideración sobre el grado mental y moral del otro.

Usted no merece esta consideración. Ostentando cargos de gobierno y de representación parlamentaria, utiliza el cobijo de unos premios para denigrar públicamente a cualquier disidente de sus manías. En este caso, un consistorio municipal promueve la degradación democrática, dedicándose a organizar un acto para desacreditar la libre opinión de un ciudadano. En vez de participar al fomento de la tolerancia y la pluralidad de criterios, como es su obligación por los cargos que tiene asignados, se sirve de ellos para incitar a la censura cívica de un artista del país.

Con su eclesiástico invento de "l'estel i la boira", compruebo que utiliza el tiempo (y también mis impuestos) para dividir a los catalanes entre buenos y malos, o señalar enemigos externos. Usted se erige impúdicamente en juez moral de Catalunya, y a través de sus veredictos, induce el odio a instituciones o personas no afines al régimen. Sigue una tradición muy cultivada por los totalitarismos, entre ellos, el que sufrimos los españoles hace treinta años, un régimen nacionalista obsesionado también en este tipo de infecciones sociales. Hoy, afortunadamente, exceptuando su caso, no hallaríamos en España un nivel semejante de vileza institucionalizada y promovida por dirigentes públicos.

Resulta curioso que este tipo de vocacionales de la inquisición, siempre conviven con un trasfondo personal bastante menos escrupuloso que sus filantrópicas exhibiciones. Compruebo que usted tampoco es una excepción sobre la regla. No muestra la misma sensibilidad patriótica a la hora de cargar una cuantiosa deuda a sus conciudadanos españoles a través de la Seguridad Social. Deuda provocada por la empresa Aigües Rocafort de la cual era administrador y accionista. Ni tampoco le tiembla el pulso cuando deja de pagar a los empleados -que se ven obligados a reclamar por el juzgado social- o a la Caixa de Catalunya, la cual también tiene que proceder judicialmente para reclamarle 33.656.256 Pts.

No se inquiete, su comportamiento tampoco trasluce anomalía alguna en el clima actual de Catalunya, incluso es natural. Forma parte de la impostura patriótico-sentimental que en los últimos tiempos impera entre los gobernantes de este territorio.

Sin embargo, ¿quién le ha dado a usted las atribuciones para infamar en público a un ciudadano que cumple escrupulosamente con sus deberes? Desde hace 45 años, dirijo una empresa de 25 trabajadores dedicados al arte.
Nunca he dejado de pagar puntualmente a la hacienda pública ni a ningún colaborador. Esta es la principal contribución que en cualquier país puede hacer un ciudadano, sea catalán o sueco. Las otras contribuciones, las del libre pensamiento o las creencias, sólo son materias de escarnio, censura, y persecución institucional en las dictaduras. En este sentido, la única "boira" incívica que constato, es la que pone usted por delante, a fin de disimular su falta de decencia... eso sí, ¡Catalana!

Por tanto, como despedida, quiero decirle sin hostilidad ni ironía, pero con serenidad y también con una íntima satisfacción: váyase concretamente a la mierda, usted, sus premios y la Catalunya que nos pretende imponer.

Albert Boadella

PS. Esta carta es mi respuesta a su "Premio" y espero que sea leída (entera) en el acto de entrega

Lo que la televisión no emite

Forum Filatético y las estafas piramidales

Forum Filatético y las estafas piramidales
Infokrisis.- La noticia de la semana que ha cubierto a cualquier otra, incluida la caída bochornosa y sainetesca del tripartito catalán, ha sido la detención de los principales repsonsables de AFISA y del Forum Filatélico y el desmantelamiento de una presunta estafa piramidas. Pero hay algo en todo esto que no termina de encajar. ¿Qué es una estafa piramidal? Si reflexionamos, veremos que el estado es el único que puede ser acusado de esta práctica fraudulenta.

Infokrisis.- La noticia de la semana que ha cubierto a cualquier otra, incluida la caída bochornosa y sainetesca del tripartito catalán, ha sido la detención de los principales responsables de AFINSA y del Fórum Filatélico y el desmantelamiento de una presunta estafa piramidal. Pero hay algo en todo esto que no termina de encajar. ¿Qué es una estafa piramidal? Si reflexionamos, veremos que el Estado es el único que puede ser acusado de esta práctica fraudulenta.

Los sellos, ¿son una inversión?

No, los sellos no son una inversión. Intente usted vender un sello de algo más de treinta años y comprobará que, una cosa es el precio de catálogo y otra lo que alguien esté dispuesto a pagar por él. Poco, realmente. La revalorización de los sellos, probablemente, no vaya más allá del 0’5% anual. Así pues, los sellos son una actividad para coleccionistas, pero no para inversores. Desde este punto de vista, lo ocurrido con AFINSA y con el Fórum Filatélico era algo que ya podía preverse y que, en realidad, ya ocurrió a finales de los ochenta con algunas pequeñas empresas que vendían este producto como la inversión de su vida. Pero…

… Pero la cuestión es que, desde hace treinta años, estas dos empresas iban pagando religiosamente los intereses estipulados que, por lo demás, no eran excesivamente altos, ni correspondían a los habituales ofrecidos por los “chiringuitos financieros” (más de un 10%). Hay que reconocer, en principio, que una “estafa piramidal” cae en unos pocos meses o, como máximo, en unos años. Estas dos empresas han funcionado durante treinta años, han reintegrado el valor de los sellos estipulado en contrato y han pagado los intereses prometidos. No es raro que unos clientes hayan arrastrado a otros y que quien invirtió medio millón de pesetas inicialmente se animara a invertir cinco en cuanto tuvo ocasión.

Entonces ¿cómo funcionaban Fórum Filatélico y AFINSA?

Ambas empresas tuvieron la habilidad de atraer pequeños inversores entregándoles una garantía: sellos. Lo que estas empresas hacían con el dinero recaudado no tiene nada que ver con la filatelia. Simplemente lo invertían en negocios rentables y con los beneficios pagaban intereses y cubrían el capital. Estos negocios tenían que ver con el sector inmobiliario, con las inversiones en el extranjero y con la compra de valores en los mercados bolsísticos de todo el mundo.

La rentabilidad del sector inmobiliario –y, por lo demás, su opacidad- es una de las más altas: construcción, promoción y venta, pueden llegar, fácilmente, a doblar la inversión inicial. Por otra parte, la inversión en bolsa, en productos a medio plazo, da un mínimo de un 5’5-6% anual. Y si el producto se “trabaja” en el día a día de las cotizaciones, puede alcanzar hasta el 20%, más allá del cual, el riesgo aumenta excesivamente, aunque también lo hacen los beneficios.

Si tenemos en cuenta la obligación de pago de intereses situados en torno al 5%, se verá que una empresa que cuenta con unos cuantos miles de inversores –y en el caso de estas empresas estamos hablando de decenas de miles- puede operar con un capital excepcionalmente alto, que le permite diversificar inversiones y, en consecuencia, obtener unos beneficios extremadamente jugosos. AFINSA y Fórum Filatélico realizaban este tipo de prácticas.
¿Y los sellos? Los sellos eran, simplemente, la garantía de que el contrato se iba a cumplir. Unos ofrecen sellos, otros “pagarés del tesoro”, otros letras de cambio, otros acciones, ¿qué más da? Los sellos y todo lo demás, era, simplemente, una garantía tan desprovista de valor real como cualquier otra fórmula en la que el soporte sea papel y no un metal precioso o un bien inmobiliario. Lo que importaba no era la garantía sino la disposición y la voluntad de las dos empresas para satisfacer los compromisos adoptados (el pago de intereses y la recompra de los sellos al valor estipulado o la reintegración del capital). Trabajar durante treinta años sin haber quebrado indica un alto grado de eficacia en la gestión del dinero ajeno.

¿Qué es la “estafa piramidal”?

La llamada “estafa piramidal” es otra cosa. En realidad, la estafa piramidal es el llamado “truco de Ponzi”, un inmigrante italiano a EEUU que ofrecía intereses excepcionalmente altos a los inversores. El  “truco” consistía en pagar los intereses de los primeros inversores con su propio capital y luego con el capital de los siguientes inversores y así sucesivamente. El problema apareció cuando algunos inversores solicitaron el reintegro: todo el dinero se había utilizado en pagar intereses. En otras palabras, se había volatilizado.

El “truco de Ponzi”, cambió de nombre cuando se crearon en los años setenta en EEUU los llamados “clubes de la pirámide”, que tardaron todavía quince años en llegar a nuestro país. Se trataba de formar “pirámides” a partir de una cúspide. La persona que se encontraba en la cúspide reclutaba otras dos personas dispuestas a entregarle una cantidad X, y éstas a su vez debían encontrar, cada una, otras dos personas, dispuestas a hacer otro tanto. Parte de esa cantidad quedaba en sus manos y la otra parte se entregaba a la cúspide de la pirámide. A su vez, cada una de las cuatro personas que estaban en el tercer nivel debía buscar otras ocho personas dispuestas a lo mismo, y así sucesivamente. Llegaba un momento en el que se cerraba el proceso y la “cúspide” se retiraba, dejando que las dos personas que estaban en el segundo nivel, constituyeran cada una su propia pirámide. Los beneficios eran altísimos y cada cual tenía la perspectiva, un día no lejano, de convertirse en vértice de una pirámide… si ésta seguía su crecimiento aritmético. Si, por lo que fuera, fallaba, los escalones inferiores de la pirámide lo perdían todo, pero los superiores solamente contabilizaban las ganancias recaudadas hasta el momento del crack de la pirámide…

Mientras que el “truco de Ponzi” era estafa pura y simple, los “club de la pirámide” no engañan a sus miembros. Simplemente existe un riesgo altísimo, a costa de unos beneficios no menos elevados. Como en bolsa… las inversiones de rápidos y altos beneficios conllevan siempre, e inevitablemente, un margen mayor de riesgo que las inversiones a largo plazo. Los llamados “chicharrillos” de la bolsa, siempre fluctuantes y sin lógica económica –parte de los llamados “valores tecnológicos” obedecen a este concepto–, pueden reportar beneficios extraordinarios, o ruinas absolutas.

Pues bien, las dos empresas “desarticuladas” por la Audiencia Nacional, eran mucho más serias que todo esto y la prueba es que pudieron funcionar durante treinta años cumpliendo todos sus compromisos. Entonces, ¿qué ha ocurrido?

Razones para una acción policial.

Los dirigentes de Gescartera tenían a bien comprarse calzoncillos de seda y su “padre patrón” esnifaba cocaína como una aspiradora a cualquier hora del día o de la noche. Esto hacía que el consumo de prostitutas de alto standing no fuera menor y que el rendimiento laboral de la cúpula de Gescartera fuera mínimo. En el fondo, Gescartera también ingresaba dinero de pequeños (y no tan pequeños) accionistas con la promesa de invertirlo en sectores extremadamente productivos. El problema de Gescartera era que en la cúpula de la empresa se encontraba un, digamos, “enfermo”, hijo de la economía del pelotazo y del boom de la cocaína entre las clases pudientes. Nada de todo esto encontramos en Fórum Filatélico o en AFINSA.

El hecho de que los propios trabajadores salieran en defensa de sus directivos y, en todo momento, insistieran una y otra vez en la capacidad de la empresa para afrontar sus compromisos, así como en la honestidad de sus jefes, es elocuente.

Ahora bien, la Audiencia Nacional ha encontrado motivos suficientes para enviar a las cúpulas de ambas empresas a la cárcel. Entre esta decisión y la publicidad dada por los medios de comunicación a la redada, es evidente que los principales perdedores serán los inversores. Y, por extensión, tal como hizo presagiar la portavoz del gobierno, todos los contribuyentes. Como cualquier empresa dedicada a las inversiones, inspirar seguridad es el factor clave para seguir captando inversionistas. Desde la mañana misma en el que la policía se personó en la sede de estas dos sociedades, ambas, sea cual sea su situación patrimonial, pueden considerarse muertas y enterradas. No sobrevivirán a una investigación judicial hecha pública por todos los medios de comunicación.

La principal acusación, de todas formas, es la de “fraude a la hacienda pública”. En otras palabras, los responsables de estas dos empresas han hecho lo que solemos hacer todos los españoles: intentar eludir al máximo el pago de impuestos. Los trucos fiscales para ello son muchos y, el más habitual, es el falseamiento de los ingresos y de los gastos. El impuesto sobre los beneficios es de tal magnitud que hace inevitable que TODAS las empresas realicen maquillajes contables de este tipo. Fórum Filatélico no iba a ser una excepción. El hecho de que esponsorizara a un conocido equipo de baloncesto iba en esa dirección. Pero, sin duda, no sería la única. Existen pequeñas empresa que año tras año declaraban haber pintado el local y realizado obras de albañilería en los retretes para reducir el margen de beneficios contables y minimizar el impacto de la rapacidad de hacienda sobre los beneficios.

Es posible que las dos empresas filatélicas hayan realizado prácticas contables ilegales. Bien, si ese es el problema, una auditoría y la consiguiente multa habrían resuelto el tema. Ahora lo que tenemos, en cambio, es una situación de alarma social, con varias decenas de miles de inversores alarmados y con la seguridad de perder su dinero (o de verlo reducido a una quinta parte, en la mejor de las hipótesis).

Pero hay otro motivo que está en el verdadero origen de la acción judicial contra las filatélicas. La Banca tolera mal a los competidores e incluso a los espontáneos que realizan actividades de inversión. El verdadero escándalo de esta cuestión es que dos empresas surgidas de la nada hayan conseguido movilizar miles de millones de pesetas ofreciendo unos márgenes de rendimiento por inversión que la gran Banca no está dispuesta a aceptar. Por tener depositados 6.000 euros en AFINSA o Fórum Filatélico se recibía un 5% de interés. Por tener depositada la misma cantidad en una caja de ahorros o en un banco, hay que pagar el mantenimiento de la cuenta, la correspondencia enviada al domicilio y, finalmente, los intereses están muy por debajo de la inflación. Tener dinero en banca –como no sea en extratipos– es una ruina total.

No es raro que, en los últimos años, el dinero que antes iba a productos bancarios se dirija ahora a otro tipo de empresas. Como en cualquier período de gobierno socialista, la banca obtiene –mira por dónde- unos beneficios siempre “sin precedentes”. Pero la banca quiere más, al tiempo que da menos. Y es ahí en donde aparece el “Estado punitivo”.

La operación no tenía como finalidad desmantelar una “estafa piramidal”. No hay estafa piramidal en la actividad de estas dos empresas. El verdadero objetivo de la operación era sembrar las dudas en torno a las empresas privadas que ofrecen intereses superiores a la banca o, incluso, a las sociedades de cambio y bolsa, crear alarma social, para que este tipo de empresas desaparezcan y el ahorro de los inversores regrese a la banca o a la bolsa.

De paso, el “Estado punitivo” ha conseguido cubrir durante unas semanas la peripatética escenificación de la rotura del tripartito catalán, mediante las dramáticas imágenes de unos inversores modestos que no se hacen ninguna ilusión sobre el destino de sus ahorros.

El precedente de RUMASA.

Los socialistas son especialistas en meter la mano allí donde no hace falta. RUMASA fue, ni más ni menos, que un expolio sin principios y sin justificación. Luego, lo expoliado se repartió entre los amigos. Ellos se llevaron los beneficios y la sociedad española las deudas ocasionadas por RUMASA, una vez fue expoliada.

La situación es, hasta cierto punto, similar a la de Afinsa y Fórum Filatélico. RUMASA tenía problemas de tesorería, pero tenía un banco -la joya de la corona- el Atlántico, que garantizaba el saneamiento de la empresa. RUMASA también debía pagos a la Seguridad Social y, naturalmente, había realizado maquillajes en la contabilidad. Pero lo más probable es que los negocios de Ruiz Mateos hubieran conseguido sobrevivir a la crisis económica que vivía en ese momento y, en caso contrario, siempre quedaba un patrimonio para vender capaz de enjugar las eventuales pérdidas. Como las pérdidas no iban a enjugarse era interviniendo el consorcio, vendiendo las propiedades a precios de regalo a los amigos, y dejando las deudas acumuladas a partir de la intervención con cargo al erario público.

Pero aquí hay algo que matizar. RUMASA, Afinsa, Fórum Filatélico, son empresas de titularidad privada. Como el bar de la esquina o la sociedad limitada de fontanería a la que recurrimos con cierta frecuencia, ni nos van a repartir sus beneficios, ni tenemos porque cubrir sus pérdidas. O todos o ninguno. O el Estado cubre las pérdidas de TODAS las empresas privadas o no la cubre de ninguna. Lo inadmisible consiste en crear situaciones de alarma social con redadas espectaculares –especialmente para cubrir las vergüenzas políticas de Catalunya-, hundir empresas que se podrían haber salvado por la propia gestión de sus dirigentes, y luego “socializar” las pérdidas.

El que sea inocente qué tire la primera piedra

¿Ha dicho usted “estafa piramidal”? El Estado es el principal “estafador piramidal” si es que vamos a eso. ¿Cómo hay que calificar, por ejemplo, el tratamiento que el Estado ha dado a la “seguridad social”?  Se nos dice que la entrada masiva de inmigrantes se ha permitido y se está permitiendo para asegurar las pensiones de nuestros jubilados. Es decir, que con las nuevas cotizaciones de los inmigrantes se asegura, solamente, el pago de las pensiones. Un sistema concebido de esta manera, precisará facilitar la entrada constante de inmigrantes para pagar las pensiones en una carrera enloquecida.

En la actualidad, ya está demasiado claro que la inmigración absorbe más recursos de los que genera. Y en el terreno de la seguridad social, todavía más. Sobre cinco millones de inmigrantes, apenas uno y medio están cotizando y los otros tres millones y medio se benefician de las mismas prestaciones, aun cuando no ingresan ni un euro en las arcas. De ahí que sea previsible que, en la próxima legislatura, se deba de proceder a una nueva regularización masiva, con la intención de incorporar más cotizantes a la SS. Este tipo de prácticas está llamado a quebrar el sistema de pensiones en menos de diez años.

Es evidente que el Estado intentará evitar la quiebra rebajando las pensiones. Mientras la policía difundía imágenes de su irrupción en las oficinas de las filatélicas, el “eximio” ministro Caldera (Calderilla para la historia) anunciaba la DISMINUCION de las pensiones para viudas. Es natural: estadísticamente, las viudas votan a la derecha y además no están organizadas. Es pues un colectivo al que se le puede golpear sin contemplaciones. Esto sí que es una verdadera estafa, porque cuando iniciamos nuestra vida laboral, firmamos un contrato con la Seguridad Social: aceptamos pagarle una parte sustancial de nuestro sueldo (nosotros y las empresas), a cambio de una pensión estipulada y de unos servicios médicos y farmacéuticos. Pero, unilateralmente, el Estado decide modificar las cláusulas del contrato: extiende cada vez más el plazo de cotización, mientras que reduce las pensiones de jubilación… consultando solamente a los “sindicatos”, esas entidades de derecho privado, subvencionadas con dinero público y que, por lo tanto, comen de la mano del Estado. Maravilloso.

Imaginemos lo que dirían los medios si las dos filatélicas intervenidas hubieran modificado unilateralmente los contratos firmados con sus clientes: si en lugar de pagar el 5%, lo hubieran rebajado al 2%, negociando con un sindicato de inversores subvencionado por las mismas filatélicas…

Detrás de la aparente banalidad del caso de las filatélicas (banalidad para quienes no invertimos en valores filatélicos), lo que se esconde es un problema mucho más complejo. El poder de la banca, la sumisión del poder político a la banca, la socialización de las pérdidas, las cortinas de humo creada para ocultar otras vergüenzas, y así sucesivamente. Y lo más terrible es que no existen argumentos suficientes, aparte del castigo y la multa, para justificar la honestidad en la tributación a la hacienda pública. Hacienda lo somos todos, sí, para recaudar, pero para gastar, el Estado solamente cuenta con sus amigos y protegidos. Elegir entre la Iglesia y las ONG’s es poco. Pagar impuestos en la España de ZP es pagarle el modelito de negra zumbona a la ministra portavoz, pagar impuestos en España es financiar a los amigos del poder, pagar impuestos en España es pagar los dos años de paro a los consellers de ERC que apenas han permanecido 20 días en el cargo, pagar impuestos en España es pagar a las clínicas abortistas, es pagar las operaciones de cambio de sexo a los travestidos y es, finalmente, pagar todos los gastos generados por esa estafa piramidal generada desde el Estado y que se llama inmigración salvaje y masiva. No con mi dinero. No con el vuestro.

© Ernesto Milà Rodríguez – infokrisisinfokrisis@yahoo.es – 14.05.06

Incendio de Guadalajara

Violencia legítima

Violencia legítima

Al estado –al gobierno, en la práctica– se le reconoce el monopolio de la violencia legítima, esto es, en defensa de la ley, de la libertad y la seguridad de los ciudadanos. Con esa condición implícita, las víctimas de los atentados terroristas han reprimido su ira y su venganza, han renunciado a la legítima defensa, pensando en que ésta la ejercería el estado, haciendo justicia.

Pero, ¿qué sucede cuando el gobierno se convierte en auxiliar de los delincuentes, cuando los defiende, cede a sus exigencias a costa del estado de derecho, manipula la justicia a favor de los asesinos, trata de acallar y desacreditar a las víctimas? ¿Qué sucede cuando corona el crimen sangriento con la burla sangrienta llamada "proceso de paz"?

Pues sucede que el gobierno pierde su legitimidad para el empleo de la violencia, la cual pasa a ser despótica; y queda legitimada, en cambio la resistencia y la desobediencia de los ciudadanos. Que los ciudadanos usen o no métodos violentos en legítima defensa contra el despotismo deja de ser una cuestión de principio y pasa a ser sólo una cuestión de conveniencia.

Hoy, los esfuerzos deben concentrarse en ganar a esa opinión pública desconcertada y desmoralizada por políticos envilecidos, y organizarla contra la Alianza de los Infames. Sólo así evitaremos que la desesperación o el cálculo deriven a una violencia generalizada, causada por un gobierno que ha perdido toda legitimidad.

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Desde un punto de vista racional puede justificarse perfectamente a la asesina de ancianas. Por una parte eliminaba a personas "inútiles", a "cargas para la sociedad", y por otra desviaba sus recursos económicos hacia sí misma, esto es, hacia una persona más joven, más fuerte, más apta para disfrutar de ellos. El argumento de Raskólnikof en "Crimen y castigo" venía a ser éste, algo más dramatizado.

No hace falta tampoco seguir los muy racionales –desde un punto de vista darwiniano–dicterios de Nietzsche contra la piedad o la compasión, contra los valores cristianos "corruptos", "decadentes", mantenedores de lo vitalmente inferior, etc. La idea es muy vieja, y ya la vemos claramente expresada en el Gorgias de Platón: la ley, influida por la moral, es irracional, defiende lo inferior, lo peor, en perjuicio de los mejor dotados. La asesina de ancianas no sabe nada de esto, seguramente, pero se ha comportado como si lo supiera. Puede ser cosa de los genes.

Moral y razón tienen, por tanto raíces muy diferentes. Sin duda se influyen, seguramente no son opuestas por principio, pero pueden llegar a oponerse. Muchos intentos ha habido de establecer una moral racional y científica, libre de las supersticiones religiosas. Todos esos intentos han dado lugar a la justificación y extensión masiva del crimen, y por sí mismos constituyen, probablemente, una superstición. Al menos, así ha sido hasta ahora, y no es fácil explicar por qué.

Al parecer, cuando la razón ha intentado fundamentar la moral, se ha salido de sus atribuciones y ha creado monstruos. Tendemos a definir al hombre como un animal racional. Creo que, ante todo, es un animal moral. No en el sentido del libro de R. Wright, un libro básicamente antimoral.

Autor: Pio Moa

¿A quién sirve la estratagema de la nación cívica?

¿A quién sirve la estratagema de la nación cívica?

27 de junio de 2006.  Leo en Elsemanaldigital.com un excelente artículo de Jesús Laínz "contra la nación cívica" y no puedo por menos de reflexionar un poco. Su exposición es contundente. Debería tomar nota de ello todo español honrado y sensato y, especialmente, el denominado "centro-derecha". Que las izquierdas sean abanderadas de la "nación cívica" es natural. Al fin y al cabo la "nación" es una creación de la izquierda política, no como forma de estructurar mejor al pueblo sino como paso inicial hacia la cosmopolitización que prescinde de patrias, historia y cualesquiera referentes distintos de la anomia y la abstracción del "ciudadano". Los marxistas et alii jamás han podido integrar en su sistema nada que no fuera manipulable desde la economía: por eso son ambientalistas hasta el lamarckismo y son materialistas hasta donde desaparece el orden trascendente y, por ende, el cosmos carece de sentido.

Como el fracaso de las izquierdas en todos los proyectos sociales que han ensayado en el planeta es de una evidencia aplastante, sólo la ensoñación utópica disfraza el impulso nihilista de la izquierda. Pero a principios del siglo XXI, paradójicamente, las izquierdas, que han fracasado en lo político, gozan de un extraordinario vigor en lo intelectual y en lo que a la hegemonía social se refiere. Llama la atención, en cambio, la ineficacia de la "derecha" a la hora de contrarrestar el nihilismo que se extiende.
 
¿Que cómo es eso? Pues porque lo que actualmente se llama "derecha" no es sino la usurpación realizada por la otrora izquierda política. Hoy, "izquierdas" y "derechas" se encuentran en el proyecto mundialista, apátrida y cosmopolita precisamente porque ambas comparten un mismo origen común. Así, la filosofía materialista, destructora e internacionalista de Leo Strauss es la ideología de referencia para el Partido Republicano en los EEUU, antaño auténtica potencia conservadora.

En Europa –también en España- el demoliberalismo traza su estrategia de hegemonía planetaria y mercantil al amparo de un Homo oeconomicus muy similar al engendro concebido por Marx y Engels. A ciertos niveles de poder, "izquierdas" y "derechas" se difuminan para integrarse en la infraestructura planetaria de dominio, y por eso un "centro-derechista" como José María Aznar ha conseguido salir de su gris mediocridad impulsando en España el proyecto mundialista de los neocon en FAES y fusionando su pedigrí político con el siniestro Rupert Murdoch, gestor de una especie de grupo PRISA planetario.
 
Es por eso por lo que a unos y a otros les molesta el patriotismo de siempre: el que nace del amor a una tierra, unos antepasados y una historia sin más, sin odio a terceros, el que brota de un amor sencillo por querer ser lo que uno es. A la cúpula del poder le molesta para sus planes de dominio todo lo que no es mercado e individuo, y por eso emplea la estratagema de la "nación cívica", a fin de reconducir a un callejón sin salida a todos los que, alarmados, creen que su patria desaparece. He aquí el motivo por el que el centro-derecha califica obstinadamente, y contra toda evidencia, de "nacionalistas étnicos" a los que no son más que "nacionalistas cívicos" que odian a la única y verdadera patria española. Esto es, en definitiva, una prueba más de a quién sirven verdaderamente unos y otros.

Autor: Eduardo Arroyo

Contra la nación cívica

Contra la nación cívica

24 de junio de 2006.  Cuando en un enfrentamiento ideológico uno de los bandos puede decir lo que quiera sin limitación alguna mientras que el otro tiene que vigilar cada una de sus palabras, ocultar muchas de las que quisiera decir y disfrazar las que finalmente utiliza, este segundo bando entra en liza con media guerra ya perdida. Esto es lo que les pasa a ciertos defensores de la nación española, que se creen obligados a llenar su discurso de epítetos para no pecar.

En primer lugar está lo del patriotismo constitucional, vergonzante petición de excusa por adelantado. Es como admitir que de España se puede ser patriota pero poco. Y para hacérselo perdonar, se añade la referencia a la Constitución, atenuación de la densidad de patriotismo para que no escueza demasiado. Pero el patriotismo no tiene nada que ver con constitución alguna, pues cualquier patria es algo que está antes y por encima de cualquier constitución. Antes, porque tiene que haber primero una patria para dotarla de una constitución. No existen las constituciones en abstracto. Existe la Constitución española, la francesa o la italiana, que encuentran su explicación en la existencia de sus respectivas naciones. Y por encima, puesto que la patria es lo necesario y las constituciones, lo contingente. Las constituciones pasan, se reforman, se derogan y se sustituyen. Pero la nación que las hizo surgir es lo que continúa su recorrido en la historia, con una u otra constitución.

El segundo epíteto vergonzante es el de la nación "cívica". Confieso que la primera vez que lo oí me desorientó.

–Está bien –pensé– esto de subrayar la importancia de la buena educación de los ciudadanos. Pero, ¿será que sin ese adjetivo, se estaría defendiendo una nación incívica?

Se me contestó que no, que lo que quería defenderse era una nación de ciudadanos, lo cual me dejó aún más sorprendido, incapaz como me veía de imaginar una nación de coliflores, de perros o de semáforos.

–Pero eso es innecesario –repuse–. Todas las naciones son de ciudadanos. Es una obviedad que una nación está conformada por personas, no por animales o cosas.

–No. Lo de cívica es para contraponerlo a la nación étnica –me explicaron–. Lo que queremos decir con ello es que nuestra concepción de la nación descansa en el individuo, venga de donde venga, y no en los condicionantes étnicos e históricos, que es en lo que se basan los nacionalismos excluyentes.

Y aquí es cuando comprendí la notable cantidad de errores acumulados en la "nación cívica".

Primer error: no hay naciones cívicas. No hay nación –y mucho menos aún en nuestra vieja Europa– que no tenga una fundamentación étnica e histórica. España es lo que es, al igual que cualquier otra nación europea, no por ser una aglomeración de ciudadanos salidos de la nada, sino porque tiene una historia y una cultura que le han dado forma.

Segundo error: no es cierto que nuestros separatismos sean nacionalismos étnicos o identitarios, por lo que no tiene sentido oponerles un nacionalismo cívico que ellos también propugnan. Nuestros separatismos fueron etnicistas, pero ya no lo son. Hace un siglo nacieron –y durante unas cuantas décadas continuaron manteniéndolo– con el fin de preservar unas esencias raciales, culturales y espirituales que los separatistas consideraban en peligro a causa de su pertenencia a España. Pero hoy ya no son el Rh vasco, el cráneo catalán o tal o cual volkgeist los valores a conservar. Ya no es la preservación de la estirpe el núcleo de la reivindicación nacionalista. Todos nuestros separatismos llevan muchos años reivindicando su propio "nacionalismo cívico", para lo que incluso utilizan textualmente esta expresión. Todos los partidos nacionalistas, de cualquier región e ideología, llevan muchos años dejando bien claro que cualquiera puede ser vasco, catalán o gallego. Basta con quererlo. Basta con apuntarse a ello, se venga de donde se venga, mientras que el vasco, catalán o gallego de pura cepa que se defina como español, deja de ser vasco, catalán o gallego. Es cierto que se sigue utilizando la excusa de la lengua, pero ya no como la manifestación de un ancestral espíritu nacional, sino como prueba de la afiliación del individuo al nuevo club nacional.

Ejemplos: "La ciudadanía no sólo se debe adquirir por nacimiento en el territorio o por el origen de los padres, sino también por la voluntad de integrarse en la sociedad de acogida" (declaración de ERC). "Aceptaremos como a un hermano a todo aquel, sea cual sea su origen, que quiera compartir con nosotros la suerte de nuestro pueblo" (declaración del PNV).

Es decir: españoles, fuera; todos los demás, dentro.

Los separatistas no quieren defender ninguna esencia étnica, ninguna identidad nacional nacida de la cultura y la historia. Tan solo quieren montar su propio negocio con ellos de presidentes, y para ello tienen que destruir España. Lo de la defensa de la vasquidad, la catalanidad o la galleguidad es sólo una excusa para engañar, adoctrinar y movilizar a la gente.

Si no se ve claro esto, si se insiste en el error de la "nación cívica", la guerra estará perdida.

Autor: Jesus Lainz

Identidad y diferencia. Alain de Benoist

Identidad y diferencia. Alain de Benoist
El debate sobre la inmigración ha planteado de forma aguda las cuestiones del derecho a la diferencia, del futuro del modo de vida comunitario, de la diversidad de las culturas humanas y del pluralismo social y político. Cuestiones de tal importancia no pueden ser tratadas con eslóganes sumarios o respuestas prefabricadas. "Dejemos, pues, de oponer exclusión e integración -escribe Alain Touraine-. La primera es tan absurda como escandalosa, pero la segunda ha tomado dos formas que es preciso distinguir y entre las que hay que buscar, cuando menos, una complementariedad. Hablar de integración tan sólo para decirles a los recién llegados que tienen que ocupar su sitio en la sociedad tal y cual era antes de su llegada, eso está más cerca de la exclusión que de una verdadera integración" (1).

La tendencia comunitarista empezó a afirmarse a principios de los años ochenta, de la mano de proposiciones ideológicas ciertamente confusas, sobre la noción de "sociedad multicultural". Después pareció remitir a causa de las críticas dirigidas contra ella en nombre del individualismo liberal o del universalismo "republicano": abandono relativo de la temática de la diferencia, considerada como "peligrosa"; denuuncia de las comunidades, invariablemente presentadas como "guetos" o "prisiones"; sobrevaloración de las problemáticas individuales en detrimento de las de los grupos; retorno a una forma de antirracismo puramente igualitaria, etc. La lógica del capitalismo, que para extenderse necesita hacer desaparecer las estructuras sociales orgánicas y las mentalidades tradicionales, también ha pesado en ese sentido. El líder de minorías inmigrantes Harlem Désir, acusado a veces de haberse inclinado hacia el "diferencialismo" (2), se ha podido jactar de haber "promovido el compartir valores comunes y no el tribalismo identitario, la integración republicana en torno a principios universales y no la constitución de lobbies comunitarios" (3).

Toda la crítica del modo de vida comunitario se reduce, de hecho, a la creencia de que la diferencia obstaculizaría la comprensión interhumana y, por tanto, la integración. La conclusión lógica de ese planteamiento es que la integración quedará facilitada con la supresión de las comunidades y la erosión de las diferencias. Esta deducción se basa en dos supuestos: 1) Cuanto más "iguales" sean los individuos que componen una sociedad, más se "parecerán" y menos problemática será su integración; 2) La xenofobia y el racismo son el resultado del miedo al Otro; en consecuencia, hacer que la alteridad desaparezca o persuadir a cada cual de que lo Otro es poca cosa si lo comparamos con lo Mismo, entrañará su atenuación e incluso su anulación.

Ambos supuestos son erróneos. Sin duda, en el pasado, el racismo ha podido funcionar como ideología que legitimaba un complejo -colonial, por ejemplo- de dominación y de explotación. Pero en las sociedades modernas, el racismo aparece más bien como un producto patológico del ideal igualitario, es decir, como una puerta de salida obligada ("la única forma de distinguirse") en el seno de una sociedad que, adherida a las ideas igualitarias, percibe toda diferencia como insoportable o como anormal. "El discurso antirracista -escribe a este respecto Jean-Pierre Dupuy- considera como una evidencia que el desprecio racista hacia el otro va a la par con una organización social que jerarquiza a los seres en función de un criterio de valor (…) [Ahora bien] estos presupuestos son exactamente contrarios a lo que nos enseña el estudio comparativo de las sociedades humanas y de su historia. El medio más favorable al reconocimiento mutuo no es el que obedece al principio de igualdad, sino el que obedece al principio de jerarquía. Esta tesis, que los trabajos de Louis Dumont han ilustrado de múltiples maneras, sólo puede ser comprendida previa condición de no confundir jerarquía con desigualdad, sino, al contrario, oponiendo ambos conceptos. (…) En una verdadera sociedad jerárquica, (…) el elemento jerárquicamente superior no domina a los elementos inferiores, sino que es diferente de ellos en el mismo sentido en que el todo engloba a las partes, o en el sentido en que una parte toma la preeminencia sobre otra en la constitución y en la coherencia interna del todo" (4).

Jean-Pierre Dupuy señala también que la xenofobia no se define solamente por el miedo al Otro, sino, quizá más aún, por el miedo a lo Mismo: "De lo que los hombres tienen miedo es de la indiferenciación, y ello porque la indiferenciación es siempre el signo y el producto de la desintegración social. ¿Por qué? Porque la unidad del todo presupone su diferenciación, es decir, su conformación jerárquica. La igualdad, que por principio niega las diferencias, es la causa del temor mutuo. Los hombres tienen miedo de lo Mismo, y la fuente del racismo está ahí" (5).

El miedo a lo Mismo suscita rivalidades miméticas sin fin, y el igualitarismo es, en las sociedades modernas, el motor de esas rivalidades en las que cada cual busca hacerse "más igual" que los otros. Pero, al mismo tiempo, el miedo al Otro se añade al miedo a lo Mismo, produciendo un juego de espejos que se prolonga hasta el infinito. Así, puede decirse que los xenófobos son tan alérgicos a la identidad otra de los inmigrantes (alteridad real o fantasmal) como, inversamente, a cuanto en éstos hay de no diferente, y que el xenófobo experimenta como una potencial amenaza de indiferenciación. En otros términos, el inmigrante es considerado una amenaza al mismo tiempo como persona asimilable y como persona no asimilable. El Otro se convierte así en un peligro en la medida en que es portador de lo Mismo, mientras que lo Mismo es un peligro en la medida en que empuja a reconocer al Otro. Y este juego de espejos funciona tanta más cuanto más atomizada está la sociedad, compuesta por individuos cada vez más aislados y, por tanto, cada vez más vulnerables a todos los condicionamientos.

Así se comprende mejor el fracaso de un "antirracismo" que, en el mejor de los casos, no acepta al Otro más que para reducirlo a lo Mismo. Cuanto más erosiona las diferencias con la esperanza de facilitar la integración, más la hace, en realidad, imposible. Cuanto más cree luchar contra la exclusión queriendo hacer de los inmigrantes individuos desarraigados "como los demás", más contribuye al advenimiento de una sociedad donde la rivalidad mimética desemboca en la exclusión y la deshumanización generalizadas. Y finalmente, cuanto más "antirracista" se cree, más se parece a un racismo clásicamente definido como negación o desvalorización radical de la identidad de grupo, un racismo que siempre ha opuesto la preeminencia de una norma única obligatoria, juzgada explícita o implícitamente como "superior" (y superior por "universal"), sobre los modos de vida diferenciados, cuya mera existencia le parece incongruente o detestable.

Este antirracismo, universalista e igualitario ("individuo-universalista"), prolonga una tendencia secular que, bajo las formas más diversas y en nombre de los imperativos más contradictorios (propagación de la "verdadera fe", "superioridad" de la raza blanca, exportación mundial de los mitos del "progreso" y del "desarrollo"), no ha dejado de practicar la conversión buscando reducir por todas partes la diversidad, es decir, precisamente, tratando de reducir lo Otro a lo Mismo. "En Occidente -observa el etnopsiquiatra Tobie Nathan-, el Otro ya no existe en nuestros esquemas culturales. Ya sólo consideramos la relación con el Otro desde un punto de vista moral, es decir, no sólo de una forma ineficaz, sino también sin procurarnos los medios para comprenderlo. La condición de nuestro sistema de educación es que hemos de pensar que todo el mundo es parecido (…). Decirse 'debo respetar al otro' es algo que no tiene sentido. En la relación cotidiana, este género de frase no tiene ningún sentido si no podemos integrar en nuestros esquemas el hecho de que la naturaleza, la función del Otro, es precisamente ser Otro. (…) Francia es el país más loco para eso. (…) La estructura del poder en Francia parece incapaz de integrar incluso esas pequeñas fluctuaciones que son las lenguas regionales. Pero es justamente a partir de esta concepción del poder como se ha construido la teoría humanista, hasta la Declaración universal de los derechos humanos". Y Nathan concluye: "La inmigración es el verdadero problema de fondo de nuestra sociedad, que no sabe pensar la diferencia" (6).

Es tiempo, pues, de reconocer al Otro y de recordar que el derecho a la diferencia es un principio que, como tal, sólo vale por su generalidad (nadie puede defender su diferencia sino en la medida en que reconoce, respeta y defiende también la identidad del prójimo) y cuyo lugar es el contexto más amplio del derecho de los pueblos y de las etnias: derecho a la identidad y a la existencia colectivas, derecho a la lengua, a la cultura, al territorio y a la autodeterminación, derecho a vivir y trabajar en el propio país, derecho a los recursos naturales y a la protección del mercado, etc.

La actitud positiva será, retomando los términos de Roland Breton, "la que, partiendo del reconocimiento total del derecho a la diferencia, admita el pluralismo como un hecho no solamente antiguo, duradero y permanente, sino también positivo, fecundo y deseable. La actitud que vuelva resueltamente la espalda a los proyectos totalitarios de uniformización de la humanidad y de la sociedad, y que no vea en el individuo diferente ni a un desviado al que hay castigar, ni a un enfermo al que hay que curar, ni a un anormal al que hay que ayudar, sino a otro sí-mismo, simplemente dotado de un conjunto de rasgos físicos o de hábitos culturales, generadores de una sensibilidad, de gustos y de aspiraciones propios. A escala planetaria, es tanto como admitir, tras la consolidación de algunas soberanías hegemónicas, la multiplicación de las independencias, pero también de las interdependencias. A escala regional, es tanto como reconocer, frente a los centralismos, los procesos de autonomía, de organización autocentrada, de autogestión. (…) El derecho a la diferencia supone el respeto mutuo de los grupos y de las comunidades, y la exaltación de los valores de cada cual. (…) Decir 'viva la diferencia' no implica ninguna idea de superioridad, de dominación o de desprecio: la afirmación de sí no se alza rebajando al otro. El reconocimiento de la identidad de una etnia sólo puede sustraer a las otras lo que éstas hayan acaparado indebidamente" (7).

La afirmación del derecho a la diferencia es la única forma de escapar a un doble error: ese error, muy extendido en la izquierda, que consiste en creer que la "fraternidad humana" se realizará sobre las ruinas de las diferencias, la erosión de las culturas y la homogeneización de las comunidades, y ese otro error, muy extendido en la derecha, que consiste en creer que el "renacimiento de la nación" se obrará inculcando a sus miembros una actitud de rechazo hacia los otros.
La identidad

La cuestión de la identidad (nacional, cultural, etc.) también juega un papel central en el debate sobre la inmigración. De entrada, hay que hacer dos observaciones. La primera es que se habla mucho de la identidad de la población de acogida, pero, en general, se habla mucho menos de la identidad de los propios inmigrantes, que sin embargo parece, con mucho, la más amenazada por el propio hecho de la inmigración. En efecto, los inmigrantes, en tanto que minoría, sufren directamente la presión de los modos de comportamiento de la mayoría. Abocada a la desaparición o, inversamente, exacerbada de forma provocadora, su identidad sólo sobrevive, con frecuencia, de manera negativa (o reactiva) por la hostilidad del medio de acogida, por la sobreexplotación capitalista ejercida sobre unos trabajadores arrancados de sus estructuras naturales de defensa y protección.

La segunda observación es la siguiente: resulta llamativo ver cómo, en ciertos medios, el problema de la identidad se sitúa exclusivamente en relación con la inmigración. Los inmigrantes serían la principal "amenaza", si no la única, que pesa sobre la identidad francesa. Pero eso es tanto como pasar por alto los numerosos factores que en todo el mundo, tanto en los países que cuentan con una fuerte mano de obra extranjera como en los que carecen de ella, están induciendo una rápida disgregación de las identidades colectivas: primacía del consumo, occidentalización de las costumbres, homogeneización mediática, generalización de la axiomática del interés, etc.

Con semejante percepción de las cosas, es demasiado fácil caer en la tentación del chivo expiatorio. Pero, ciertamente, no es culpa de los inmigrantes el que los franceses ya no sean aparentemente capaces de producir un modo de vida que les sea propio ni de ofrecer al mundo el espectáculo de una forma original de pensar y de existir. Y tampoco es culpa de los inmigrantes el que el lazo social se rompa allá donde el individualismo liberal se extiende, que la dictadura de lo privado extinga los espacios públicos que podrían constituir el crisol donde renovar una ciudadanía activa, ni que los individuos, sumergidos en la ideología de la mercancía, se alejen cada vez a más de su propia naturaleza. No es culpa de los inmigrantes el que los franceses formen cada vez menos un pueblo, que la nación se convierta en un fantasma, que la economía se mundialice ni que los individuos renuncien a ser actores de su propia existencia para aceptar que sean otros quienes decidan en su lugar a partir de normas y valores igualmente impuestos por mano ajena. No son los inmigrantes, en fin, quienes colonizan el imaginario colectivo e imponen en la radio o en la televisión sonidos, imágenes, preocupaciones y modelos "venidos de fuera". Si hay "mundialismo", digamos también con claridad que, salvo prueba en sentido contrario, de donde proviene es del otro lado del Atlántico, y no del otro lado del Mediterráneo. Y añadamos que el pequeño tendero árabe contribuye ciertamente más a mantener, de forma convivencial, la identidad francesa que el parque de atracciones americanomorfo o el "centro comercial" de capital muy francés.

Las verdaderas causas de la desaparición de la identidad francesa son, de hecho, las mismas que explican la erosión de todas las demás identidades: agotamiento del modelo del Estado-nación, desmoronamiento de todas las instituciones tradicionales, ruptura del contrato civil, crisis de la representación, adopción mimética del modelo americano, etc. La obsesión del consumo, el culto del "éxito" material y financiero, la desaparición de las ideas de bien común y de solidaridad, la disociación del futuro individual y del destino colectivo, el desarrollo de las técnicas, el impulso de la exportación de capitales, la alienación de la independencia económica, industrial y mediática, han destruido por sí solas la "homogeneidad" de nuestras poblaciones infinitamente más de lo que lo han hecho hasta hoy unos inmigrantes que, por cierto, no son los últimos en sufrir las consecuencias de este proceso. "Nuestra 'identidad' -subraya Claude Imbert- queda mucho más afectada por el hundimiento del civismo, más alterada por el braceo cultural internacional de los medios de comunicación, más laminada por el empobrecimiento de la lengua y de los conceptos, más dañada sobre todo por la degradación de un Estado antes centralizado, potente y normativo que fundaba entre nosotros esa famosa 'identidad' (8)". En definitiva, si la identidad francesa (y europea) se deshace, es ante todo a causa de un vasto movimiento de homogeneización tecno-económica del mundo, cuyo vector principal es el imperialismo transnacional o americano-céntrico, y que generaliza por todas partes el no-sentido, es decir, un sentimiento de absurdidad de la vida que destruye los lazos orgánicos, disuelve la socialidad natural y hace que los hombres sean cada día más extraños los unos para los otros.

Desde este punto de vista, la inmigración juega más bien un papel revelador. Es el espejo que debería permitirnos tomar la plena medida del estado de crisis larvada en que nos encontramos, un estado de crisis en el que la inmigración no es la causa, sino una consecuencia entre otras. Una identidad se siente más amenazada cuanto más vulnerable, incierta y deshecha se sabe. Por eso tal identidad ya no puede convertirse en fondo capaz de recibir una aportación extranjera e incluirla dentro de sí. En este sentido, no es que nuestra identidad esté amenazada porque haya inmigrantes entre nosotros, sino que no somos capaces de hacer frente al problema de la inmigración porque nuestra identidad ya está en buena medida deshecha. Y por eso, en Francia, sólo se aborda el problema de la inmigración entregándose a los errores gemelos del angelismo o de la exclusión.

Xenófobos y "cosmopolitas", por otra parte, coinciden en creer que existe una relación inversamente proporcional entre la afirmación de la identidad nacional y la integración de los inmigrantes. Los primeros creen que un mayor cuidado o una mayor conciencia de la identidad nacional nos permitirá desembarazarnos espontáneamente de los inmigrantes. Los segundos piensan que el mejor modo de facilitar la inserción de los inmigrantes es favorecer la disolución de la identidad nacional. Las conclusiones son opuestas, pero la premisa es idéntica. Unos y otros se equivocan. Lo que obstaculiza la integración de los inmigrantes no es la afirmación de la identidad nacional sino, al contrario, su desvanecimiento. La inmigración se convierte en un problema porque la identidad nacional es incierta. Y al contrario, las dificultades vinculadas a la acogida e inserción de los recién llegados podrán resolverse gracias a una identidad nacional reencontrada.

Vemos así hasta qué punto es insensato creer que bastará con invertir los flujos migratorios para "salir de la decadencia". La decadencia tiene otras causas, y si no hubiera un sólo inmigrante entre nosotros, no por eso dejaríamos de hallarnos confrontados a las mismas dificultades, aunque esta vez sin un chivo expiatorio. Obnubilándose con el problema de la inmigración, haciendo de los inmigrantes responsables de todo lo que no funciona, se oblitera el concurso de otras causas y de otras responsabilidades. En otros términos, se lleva a cabo una prodigiosa desviación de la atención. Sería interesante saber en beneficio de quién.

Pero aún hay que interrogarse más sobre la noción de identidad. Plantear la cuestión de la identidad francesa, por ejemplo, no consiste fundamentalmente en preguntarse quién es francés (la respuesta es relativamente simple), sino más bien en preguntarse qué es lo francés. Ante esta pregunta, mucho más esencial, los cantores de la "identidad nacional" se limitan en general a responder con recuerdos conmemorativos o evocaciones de "grandes personajes" considerados más o menos fundadores (Clodoveo, Hugo Capeto, los cruzados, Carlos Martel o Juana de Arco), inculcados en el imaginario nacional por una historiografía convencional y devota (9). Ahora bien, este pequeño catecismo de una especie de religión de Francia (donde la "Francia eterna", siempre idéntica a sí misma, se halla en todo momento presta a enfrentarse a los "bárbaros", de modo tal que lo francés termina definiéndose, al final, como lo que no es extranjero, sin más característica positiva que su no-inclusión en el universo ajeno) no guarda relación sino muy lejana con la verdadera historia de un pueblo cuyo rasgo específico, en el fondo, es la forma en que siempre ha sabido hacer frente a sus contradicciones. De hecho, la religión de Francia es hoy instrumentalizada para restituir una continuidad nacional desembarazada de toda contradicción en una óptica maniquea donde la mundialización (la "anti-Francia") es pura y simplemente interpretada como "complot". Las referencias históricas quedan así situadas en una perspectiva ahistórica, perspectiva casi esencialista que no aspira tanto a contar la historia como a describir un "ser" que sería siempre lo Mismo, que no se definiría más que como resistencia a la alteridad o rechazo del Otro. Lo identitario queda así inevitablemente limitado a lo idéntico, a la simple réplica de un "eterno ayer", de un pasado glorificado por la idealización, una entidad ya construida que sólo nos resta conservar y transmitir como una sustancia sagrada. Paralelamente, el propio sentimiento nacional queda desligado del contexto histórico (la aparición de la modernidad) que ha determinado su nacimiento. La historia se convierte, pues, en no-ruptura, cuando la verdad es que no hay historia posible sin ruptura. Se convierte en simple duración que permite exorcizar la separación, cuando la verdad es que la duración es, por definición, disparidad, separación entre uno y uno mismo, perpetua inclusión de nuevas separaciones. En definitiva, el catecismo nacional se sirve de la historia para proclamar su clausura, en vez de encontrar en ella un estímulo para dejar que prosiga.

Pero la identidad nunca es unidimensional. No sólo asocia siempre círculos de múltiple pertenencia, sino que combina factores de permanencia y factores de cambio, mutaciones endógenas y aportaciones exteriores. La identidad de un pueblo o de una nación no es tampoco solamente la suma de su historia, de sus costumbres y de sus características dominantes. Como escribe Philippe Forget, "un país puede aparecer, a primera vista, como un conjunto de características determinadas por costumbres y hábitos, factores étnicos, geográficos, lingüísticos, demográficos, etc. Sin embargo, esos factores pueden aparentemente describir la imagen o la realidad social de un pueblo, pero no dan cuenta de lo que es la identidad de un pueblo como presencia originaria y perenne. En consecuencia, los cimientos de la identidad hay que pensarlos en términos de apertura del sentido, y aquí el sentido no es otra cosa que el lazo constitutivo de un hombre o de una población y de su mundo" (10).

Esta presencia, que significa la apertura de un espacio y de un tiempo -prosigue Philippe Forget-, "no debe remitir a una concepción substancialista de la identidad, sino a una comprensión del ser como juego de diferenciación. No se trata de aprehender la identidad como un contenido inmutable y fijo, susceptible de ser codificado en un canon (…) Frente a una concepción conservadora de la tradición, que la concibe como una suma de factores inmutables y transhistóricos, la tradición, o mejor, la tradicionalidad debe ser aquí entendida como una trama de diferencias que se renuevan y se regeneran en el terreno de un patrimonio constituido por un agregado de experiencias pasadas, y puesto a prueba en su propia superación. En ese sentido, la defensa no puede y no debe consistir en la protección de formas de existencia postuladas como intangibles; debe más bien dirigirse a proteger a las fuerzas que permiten a una sociedad metamorfosearse a partir de sí misma. La repetición hasta lo idéntico de un sitio o la acción de 'habitar' según la práctica de otro conducen por igual a la desaparición y a la extinción de la identidad colectiva" (11).

Como ocurre con la cultura, la identidad tampoco es un esencia que pueda ser fijada o reificada por el discurso. Sólo es determinante en un sentido dinámico, y sólo es posible aprehenderla desde las interacciones (o retro-determinaciones) tanto de las decisiones como de las negaciones personales de identificación, y de las estrategias de identificación que laten bajo ellas. Incluso considerada desde el momento del origen, la identidad es indisociable del uso que se hace -o que no se hace- de ella en un contexto cultural y social particular, es decir, en el contexto de una relación con los otros. Por eso la identidad es siempre reflexiva. En una perspectiva fenomenológica, implica no disociar nunca la propia constitución y la constitución del prójimo. El sujeto de la identidad colectiva no es un "yo" o un "nosotros", entidad natura, constituida de una vez para siempre, espejo opaco donde nada nuevo puede venir a reflejarse, sino un "sí" que continuamente apela a nuevos reflejos.

Se impone recuperar la distinción formulada por Paul Ricoeur entre identidad idem e identidad ipse. La permanencia del ser colectivo a través de cambios incesantes (identidad ipse) no puede limitarse a lo que pertenece al orden del acontecimiento o de la repetición (identidad idem). Al contrario, se halla vinculada a toda una hermenéutica del "sí", a todo un trabajo narrativo destinado a hacer aparecer un "lugar", un espacio-tiempo que configura un sentido y forma la condición misma de la apropiación de sí. En efecto, en una perspectiva fenomenológica, donde nada es dado de forma natural, el objeto procede siempre de una elaboración constituyente, de un relato hermenéutico caracterizado por la afirmación de un punto de vista que organiza retrospectivamente los acontecimientos para darles un sentido. "El relato construye la identidad narrativa construyendo la de la historia contada -dice Ricoeur-. Es la identidad de la historia la que hace la identidad del personaje" (12). Defender la propia identidad no es, pues, contentarse con enumerar ritualmente puntos de referencia históricos fundacionales, ni cantar al pasado para mejor evitar hacer frente al presente. Defender la propia identidad es comprender la identidad como aquello que se mantiene en el juego de las diferenciaciones -no como lo mismo, sino como la forma siempre singular de cambiar o de no cambiar.

No se trata, pues, de elegir la identidad idem contra la identidad ipse, o a la inversa, sino de aprehender ambas en sus relaciones recíprocas por medio de una narración organizadora que toma en cuenta tanto la comprensión de sí como la comprensión del otro. Recrear las condiciones en las que vuelva a ser posible producir tal relato constituye la apropiación de sí. Pero es una apropiación que nunca queda fijada, pues la subjetivación colectiva procede siempre de una opción más que de un acto, y de un acto más que de un "hecho". Un pueblo se mantiene gracias a su narratividad, apropiándose su ser en interpretaciones sucesivas, convirtiéndose en sujeto al narrarse a sí mismo y evitando así perder su identidad, es decir, evitando convertirse en objeto de la narración de otro. "Una identidad -escribe Forget- es siempre una relación de sí a sí, una interpretación de sí mismo y de los otros, de sí mismo por los otros. En definitiva, es el relato de sí, elaborado en la relación dialéctica con el otro, lo que completa la historia humana y entrega una colectividad a la historia. (…) La identidad personal perdura y concilia estabilidad y transformación por medio del acto del relato. Ser como sujeto depende de un acto narrativo. La identidad personal de un individuo, de un pueblo, se construye y se mantiene mediante el movimiento del relato, mediante el dinamismo de la intriga que fundamenta la operación narrativa, como dice Ricoeur" (13).

Por último, lo que más amenaza hoy a la identidad nacional posee una fuerte dimensión endógena, representada por la tendencia a la implosión de lo social, es decir, la desestructuración interna de todas las formas de socialidad orgánica. A este respecto, Roland Castro ha podido justamente hablar de esas sociedades donde "nadie soporta ya a nadie", donde todo el mundo excluye a todo el mundo, donde todo individuo se hace potencialmente extranjero para todo individuo. Al individualismo liberal hay que achacarle la mayor responsabilidad en este punto. ¿Cómo hablar de "fraternidad" (en la izquierda) o de "bien común" (en la derecha) en una sociedad donde cada cual se sumerge en la búsqueda de una maximización de sus propios y exclusivos intereses, en una rivalidad mimética sin fin que adopta la forma de una huida hacia delante, de una competencia permanente desprovista de toda finalidad?

Como ha subrayado Christian Thorel, "el recentraje sobre el individuo en detrimento de lo colectivo conduce a la desaparición de la mirada hacia el otro" (14). El problema de la inmigración corre el riesgo, precisamente, de obliterar esta evidencia. Por una parte, esa exclusión de la que los inmigrantes son víctimas puede hacernos olvidar que hoy vivimos cada vez más en una sociedad donde la exclusión es también la regla entre los propios "autóctonos". ¿Cómo soportar a los extranjeros cuando nosotros mismos nos soportamos cada vez menos? Por otro lado, ciertos reproches se desmoronan por sí mismos. Por ejemplo, a los jóvenes inmigrantes que "tienen odio" seles dice con frecuencia que deberían respetar el "país que les acoge". ¿Pero por qué los jóvenes inmigrantes deberían ser más patriotas que unos jóvenes franceses que tampoco lo son? El mayor riesgo, por último, sería dejar creer que la crítica de la inmigración, en sí misma legítima, será facilitada por el aumento de los egoísmos, cuando en realidad es ese aumento el que más profundamente ha deshecho el tejido social. Ahí está, por otro lado, todo el problema de la xenofobia. Hay quien cree fortalecer el sentimiento nacional fundándolo sobre el rechazo del Otro. Tras lo cual, ya adquirido el hábito, serán sus propios compatriotas los que terminarán encontrando normal el hecho de rechazar.

Una sociedad consciente de su identidad sólo puede ser fuerte si logra anteponer el bien común al interés individual; si logra anteponer la solidaridad, la convivencia y la generosidad hacia los otros a la obsesión por la competencia el triunfo del "Yo". Una sociedad consciente de su identidad sólo puede durar si se impone reglas de desinterés y de gratuidad, que son el único medio de escapar a la reificación de las relaciones sociales, es decir, al advenimiento de un mundo donde el hombre se produce a sí mismo como objeto tras haber transformado todo cuanto le rodea en artefacto. Porque es evidente que no será proclamando el egoísmo, ni siquiera en nombre de la "lucha por la vida" (simple transposición del principio individualista de la "guerra de todos contra todos"), como podremos volver a crearse esa socialidad convivencial y orgánica sin la cual no hay pueblo digno de tal nombre. No hallaremos la fraternidad en una sociedad donde cada cual tiene por única meta "triunfar" más que el prójimo. No restituiremos el querer vivir juntos apelando a la xenofobia, es decir, a un odio por principio al Otro; un odio que, poco a poco, terminará extendiéndose contra todos.

(1) "Vraie et fausse intégration", Le Monde, 29 enero 1992.
(2) "La timidité en paie jamais", Le Nouvel Observateur, 26 marzo 1992, p.15.
(3) Sobre la crítica del "neorracismo diferencialista", basada en la idea de que "la argumentación racista se ha desplazado desde la raza hacia la cultura", cf. sobre todo Pierre-André Taguieff: La force du préjugé. Essai sur le racisme et ses doubles, Découverte, Paris, 1988, y Gallimard, París, 1990. La crítica de Taguieff descansa, a nuestro juicio, sobre un doble sofisma. Por un lado, olvida que el derecho a la diferencia, cuando se plantea como principio, conduce necesariamente a defender también la diferencia de los otros, de modo que no podría jamás legitimar la afirmación incondicional de una singularidad absoluta (no hay diferencia sino en relación con aquello de lo que se difiere). Por otro, ignora que las diferencias culturales y las diferencias raciales no son del mismo orden, de modo que no pueden ser instrumentalizadas por igual: eso equivaldría, paradójicamente, a afirmar que naturaleza y cultura son equivalentes. Para una discusión sobre este tema, cf. Alain de Benoist, André Béjin y Pierre-André Taguieff: Razzismo e antirazzismo, La Roccia di Erec, Florencia, 1992.
(4) "La science? Un piège pour les antirracistes!", Le Nouvel Observateur, 26 marzo 1992, p.20.
(5) Ibid., p.21.
(6) L'Autre Journal, octubre 1992, p.41.
(7) Les Ethnies, 2ª ed., PUF, París, 1992, pp.114-115.
(8) "Historique?", Le Point, 14 diciembre 1991, p.35.
(9) Cf. a este respecto las obras fuertemente desmistificadoras de Suzanne Citron Le Mythe national. L'Histoire de France en question (éd. Ouvrières-Études et documentation internationales, 2ª ed., 1991) y L'Histoire de France autrement (éd. Ouvrières, 1992), que con frecuencia caen en el exceso inverso a los que denuncian. Cf. también, para una lectura diferente de la historia de Francia, Olier Mordrel: Le Mythe de l'Hexagone, Jean Picollec, 1981.
(10) "Phénoménologie de la menace, Sujet, narration, stratégie", Krisis, abril 1992, p.3.
(11) Ibid., p.5.
(12) Soi-même comme un autre, Seuil, Paris, 1990, p.175.
(13) Art. cit., pp.6-7.
(14) Le Monde, 17 agosto 1990.

Desde HispaniaSobretodo  con agradecimiento al autor